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Una nueva idea de evangelización en la “Crónica huaorani” de Alejandro Labaka

            Releyendo, catorce años después de su publicación[1], la Crónica Huaorani de Alejandro Labaka[2], se comprueba, página tras página,alt que, además de estar ante un documento excepcional, se halla uno delante de un verdadero tratado de evangelización en la línea más actual de la moderna teología. Es muy fácil percibir que por encima de anécdotas, de aventuras, de observaciones personales, es un teólogo, un creador de doctrina teológica, el que anota los variados trabajos por el Reino que Alejandro y sus compañeros, religiosos, religiosas y laicos[3], llevaron esos años navegando por el río Yasuní[4] y volando en muchos viajes en helicóptero sobre el verde y tupido techo de la selva amazónica.

            En su estupenda afición por dejar blanco sobre negro sus impresiones misioneras, Alejandro hará a veces “apuntes de misionología”, como él llama a veces con un deje de ironía[5]. Y lo son. Porque sus lecciones de están asentadas sobre sus trabajos de campo no sobre teorías elaboradas fuera de la realidad. La suya es una misionología práctica. ¿Es que podría ser de otro modo la evangelización? ¿No ha hecho lo mismo toda la tradición misionera de la Iglesia desde Pablo de Tarso hasta el último de los misioneros y misioneras caídos en el surco? No en vano recurre Alejandro con frecuencia a la figura de Pablo para tratar de entender y de entenderse en su manera de evangelizar[6]. Puede parecer excesivo, pero su misión y la de Pablo son más que próximas, son hermanas. 

            Desde ahí se puede entender, lo adelantamos, que, a nuestro modo de ver, el concepto clave del hacer evangelizador de Alejandro sea el de integración[7].  Esa ha sido su preocupación, ése su trabajo, ese su logro y los diversos y duros precios pagados por ello, su muerte incluida. Esa misión “desde dentro”, desde los parámetros mismos en los que vive el pueblo huao es lo que más cautiva en la figura y en los escritos de Alejandro. ¿Puede un europeo, un obispo, ser “uno de tantos” entre los indios de la amazonía? La empresa no parece ser, ciertamente, fácil. Pero Alejandro ha logrado, en ideas y en hechos, aproximarse notablemente al objetivo. Tanto o más que la rúbrica de su muerte entregada, es este continuo trabajo de inserción el que da garantía de verdad a sus escritos. Leerlos desde ahí es quedar sobrecogido por la capacidad de entrega y de entusiasmo de quien escribe las páginas de la Crónica. Y a fuer de sinceros, es preciso reconocer que similar valor tuvieron y tienen los que fueron sus compañeros y compañeras de trabajos evangélicos, aunque sea ahora la figura de Alejandro la que comentemos[8].

            La Crónica hoy sigue siendo un testimonio válido y un verdadero libro de aprendizaje. Seguramente que, aunque publicadas a modo de fraterno obsequio para sus hermanos capuchinos en boletines internos de la Provincia Capuchina de Navarra, nada más lejos de la intención de Alejandro que la pretensión de que sus escritos fueran “estudiados”[9]. Pero, si lo hacemos, es no tanto para ensalzar su figura personal sino para aprender de quienes han arriesgado la vida por Evangelio[10]. Su riesgo nos alienta a quienes somos más temerosos y mediocres. Por eso, escritos como la Crónica, más allá de su modestia y aun de su actual desconocimiento,  son un enorme beneficio a la Iglesia de hoy.

1. Las raíces de la evangelización de Alejandro Labaka

            Antes de entrar al sistema espiritual que nos brinda la Crónica, queremos rastrear, siquiera brevemente, en las raíces de las que luego se alimentará la visión evangelizadora de Alejandro. Toda persona depende mucho de sus esquemas básicos, de su “disco duro”. Él, sin duda, tenía el suyo. Y aunque sea labor harto compleja el desvelar esas sutiles conexiones, permítasenos, hacer un intento de comprensión y de análisis.

            a) Su formación en la trinchera

                        La biografía de Alejandro deja ver que la suya ha sido una formación en la trinchera, no escolar. A sus 27 años es ya enviado a la lejana misión de China (Gansu) a la que se iba de por vida[11], aunque luego fueran expulsados por el régimen de Mao[12]. En esos seis años en “la misión más pobre de China”[13] se curte, sin duda, el joven misionero de Beizama. La misión en China tuvo un fuerte componente de inserción y de creación de Iglesia: en pocos años el Obispo capuchino Mons. Ignacio Larrañaga ordenó doce sacerdotes diocesanos. Se quería dejar una diócesis, una iglesia local, y en parte se consiguió[14]. No nos ha de extrañar que Alejandro sueñe nada menos con la posibilidad de que de los jóvenes huao pueda surgir un sacerdote que el día de mañana evangelice al pueblo huaorani. Por eso, habla de esta zona del Ecuador, huaos incluidos, como de una “iglesia local”, no tanto como de una “misión”:

“Al día siguiente, todo este mundo misterioso me hizo sentir la presencia de Dios en la historia del pueblo Huaorani, y, en un momento fuerte de unión con El, arrodillado en la canoa solitaria e identificado con el pueblo Huaorani, adorarle en su historia, alabarle por todas las maravillas y pedirle nominalmente por todos y cada uno de los que componen este respetable resto. Al pedir que se dignara escoger a uno de los jóvenes para sacerdote que lleve a su plenitud esta pequeña iglesia local, sentí que mi fe no era suficientemente confiada y dije a Cristo que El lo pidiera al Padre. Esto sí, será seguro”[15]

            Después de pasar por diversos cargos dentro de la Misión de Aguarico, será nombrado Primer Obispo Vicario Apostólico de la misión a sus 64 años. Pero en sus veinte años de vida misional en el Oriente Ecuatoriano[16] siempre se verá a sí mismo como un simple misionero. Por eso, no le importó pasar varias veces de Prefecto Apostólico a Prefecto Delegado y de esos cargos a misionero de a pie, con todas las consecuencias. Si algo encaja mal su figura es la idea de un obispo metido en su curia, inexistente por otra parte en la misión de entonces. Curtido en la trinchera. Cuando se va leyendo la Crónica  se tiene la impresión de un itinerante total que sabe vivir, a pesar de sus debilidades físicas[17] y sus limitaciones ideológicas[18] en cualquier lugar y con cualquier persona sintiéndose a gusto e integrado siempre. Solamente quien ha llegado a hacer de la trinchera su casa es capaz de tal engaste.

            b) Su visión holística de la realidad

                        Es la visión integradora del hecho creacional que no distingue entre ideología y personas, entre creaturas y hecho creyente, entre realidades dispares y contrapuestas[19]. Esta visión global es la que se logra con una visión ahondada de la realidad y de la persona. Da la impresión que Alejandro ha logrado esta difícil síntesis. Ha logrado integrar las fuerzas cósmicas, aunque estas sean a veces adversas. Ha logrado ver los valores saludables de otros tipos de vida. Ha permanecido en el deslumbramiento de una naturaleza lujuriante, aunque tenga un lado indudablemente hostil. Ha disfrutado de las sencilla taza de chucula caliente ofrecida por su madre Pahua[20] y del canto como elemento festivo y comunicativo[21]. Tienen particular encanto las noches pasadas en las casas huaorani. Ahí aparece nítida esa visión holística de quien vive integrado en su realidad haciéndose uno con ella sin esfuerzo, con  gozo y disfrute:

“La noche estuvo muy animada con relatos, cuentos y gritos. Esta noche tomó muchas veces la palabra Buganey, ora refiriendo los acontecimientos del día, ora otros relatos que no acertaba a distinguir, pero que todos escuchaban con mucha atención, celebrando a veces alborozados sus gracias. A media noche, por la madrugada y al amanecer entonó y cantó las letanías con su esposo Ompura. También me invitaron a cantar e intenté aprovechar cada oportunidad para hacer de mi canto una oración”[22]

Podemos decir que su manera de hacer misión ha sido en un estado permanente de poesía, de ecología. Puede parecer que esto sea algo inatrapable, de perfiles desleídos, pero sin duda que algo de esto subyace al hacer evangelizador de Alejandro.

            c) Ecumenismo vital

                        Sin ninguna duda que esta itinerancia mundial y este espíritu que sabe confraternizar con todo han llevado a Alejandro al cultivo del ecumenismo como un valor de vida, no solamente como una estrategia que hace de la necesidad virtud, de una especie de ecumenismo vital que le ha llevado a poder entenderse con instancias que tenían otros intereses al parecer: las petroleras que, en el fondo buscaban la ganancia por encima de todo[23]; el Instituto Lingüístico de Verano[24] que, más allá de sus misionerismo proselitistas tenía oscuras connivencias con empresas de explotación turística, con el ejército, con otras instituciones políticas[25]. Un ecumenismo que tiene siempre como denominador común y como anhelo mejor guardado el beneficio de los huaorani.

            Este ecumenismo es altamente delicado pues, como luego diremos, nada más lejos de la obra evangelizadora de estos capuchinos que la imposición del hecho religioso del hecho cultural o religioso. Es una constante en Alejandro la certeza de que el pueblo huao ha de ser respetado totalmente en su idiosincrasia[26] y las decisiones y hasta los permisos para explotar la selva habrían ser otorgados por ellos mismos que son sus dueños[27].

            La misma delicadeza y más si cabe ha tenido en el trato con los mismos huaoranis. Son dignos de análisis los textos en los que Alejandro inquiere sobre la realidad del Dios creador para saber algo de la visión que de ese hecho profundo tienen los huaorani. Siempre se hace en modo delicado y respetuoso[28]:

“Y ya que sale la cuestión religiosa, tengo que contar que hoy he recibido una lección muy provechosa, porque todos se han empeñado en que pronuncie bien la palabra que tienen ellos para indicar al Creador: Huinuni. La ‘nu’ no es para ellos como nuestra ‘nu’ sino que se pronuncia con los dientes cerrados y tendiendo a un sonido nasal. Cai, esposo de Huiyacamo y padrastro de Deta, me ha hecho otro gran descubrimiento, dándome a entender el alcance del concepto que tienen del ‘Creador’, pues me ha explicado que él hizo la selva, los ríos, los animales, y también al pueblo Huaorani, nombrándome, además, otros varios pueblos”[29].

            Este ecumenismo vital ha tenido sus traducciones en una gozosa fraternidad con sus hermanos misioneros de los que aprecia los detalles grandes y los pequeños[30]; en una visión altamente positiva e igualitaria de las religiosas[31] y de los laicos que han hecho equipo con él[32]; en un aprecio incluso de las creaturas de la selva que le rodean ya que en ningún momento de su Crónica encontraremos una palabra de menosprecio de ninguno de los componentes del escenario de la selva[33].

            d) Su cortesía

                        Por alguna razón, quizá por simple componente natural, pero lo cierto es que la Crónica rezuma cortesía. Incluso cuando se advierte una cierta contrariedad en algunas relaciones de su trabajo mediador, por ejemplo con las petroleras[34], lo cierto es que nunca aparecen palabras hirientes en su escrito, más bien todo lo contrario.

            Además, el trato dado a los indígenas, tanto a hombres como a mujeres, es de una exquisitez absoluta. El tratamiento siempre es de Sra. o Srta. para las mujeres[35]; con los hombres no les da ese tratamiento pero el respeto es total. Esto indica también el modo respetuoso con el que se quiere hacer el acercamiento, la integración y la evangelización a la que sin duda aspira. De alguna forma, casi tanto como a su familia india adoptiva apreció al viejo matrimonio de Nampahuoe y su señora Omare. Cuando se sabe, por fin, que el anciano, aunque enfermo, vive, describe así su alegría, propia de quien de verdad está interesado y, en definitiva, ama:

“Nampahuoe vive. Es el primer notición del viaje, que nos inunda de alegría incontenible. De mil formas gráficas se esfuerzan los Huaorani en darnos a entender que vive, aunque se halla postrado en su hamaca; que está asistido por su solícita esposa Omare, y que Inhiua le visita periódicamente para llevarle carne de cacería, especialmente mono chorongo ‘gata’”[36].

            e) Sentido de aventura

                        Tanto Alejandro, como no pocos de sus compañeros/as de misión, han tenido muy marcado el componente de aventura y de riesgo a la hora de la evangelización. No es, ciertamente, un modo aventurero de ser de película que hace del misionero un intrépido spidermann de la selva. Es un riesgo asumido y una aventura que tiene un porqué: el riesgo es por causa del Evangelio, ésa es su única motivación. Este riesgo se acentúa en el tema de la presencia de religiosas en el grupo huao, cosa que ellos demandaban, al parecer con interés[37]. Para él las cosas en este delicado tema están claras:

“No quiero que nadie se aventure por las garantías que yo pueda ofrecerle, sino porque ella misma se sienta llamada por Dios y por creer que vale la pena arriesgar por el Evangelio”[38].

            Este riesgo por el Evangelio procede de la prudencia pero también en parte del temor. Y, aunque Alejandro nunca quiso forzar las circunstancias, éstas le dieron la razón a él. Por eso no duda en afirmar:

“El Evangelio no crecerá lozano sin el calor de los riesgos sufridos por los misioneros y misioneras por igual”[39].

            Más aún, piensa con una cierta ingenuidad pero no sin verdad que este riesgo es el que podría cautivar a los jóvenes y animarles a enfocar su vida a una tarea misionera que les atraiga:

“Se adivina en los ojos de todos el regusto de que el Evangelio es una aventura como para entusiasmar a los jóvenes de hoy”[40].

2. Una nueva mística

            Esa es la que, sin duda, aletea en la manera de entender y vivir la misión entre los huao que Alejandro ha tenido y que, de modo paciente y fraterno, ha sabido contagiar a no pocos de sus hermanos misioneros, a algunas de las religiosas que trabajaban en la misión y a varios de los laicos más comprometidos con la obra misionera. Analicemos algunos componentes de esa nueva mística:

            a) El “viejo anhelo” de la evangelización

                        Aunque, como iremos diciendo, en la manera de evangelizar de Alejandro se puede desvelar una nueva orientación, es lógico que, puesto que el Evangelio no pasa por encima de los procesos históricos, persista en él el anhelo de que el pueblo Huaorani sea finalmente evangelizado. Bastante éxito es el que ese afán cristianizador no pase a primer plano, que se contenga, y que sea más decisivo el deseo de una misión de integración y de inculturación. Pero el anhelo está ahí y se manifiesta en muchas páginas de la Crónica.

            Comenzamos por reseñar un paisaje lleno de humor y de sentido. En el primer contacto personal con los Huaorani[41] el joven Huane registra los bolsillos de Alejandro y se encuentra con un rosario que bendijo Pablo VI en la plaza de san Pedro en la solemne clausura del Concilio Vaticano II al que asistió como Prefecto Apostólico que era:

“Es verdad que durante el Concilio pensé muchas veces en el problema Auca; tanto es así, que nos regalaron la avioneta para localizarlos; pero no pensé precisamente que el rosario sería un día adorno externo de un Auca. Ojalá no quede solo en eso y haga el milagro de su evangelización. Poco después devolvió (Huane) los ornamentos que yo llevaba para decir la Misa y se encariñó con la estola roja y se la puso también al cuello. Así le vi mucho tiempo, con el rosario y la estola roja, como devoto diácono en ciernes”[42].

            Con frecuencia brota en su Crónica  la oración explícita de que Dios “desbroce los caminos de la evangelización de los Huaorani. Amén”[43], oración de quien se siente y cree que tanto él como sus compañeros/as son verdaderos evangelizadores de los Huao, aunque no sea por vía de la cristianización religiosa sino por el más humilde y kenótico camino de la simple presencia e integración:

“Los días en que estamos mezclados con el grupo no decimos Misa ni tenemos otros actos especiales, a excepción de algún canto, que nos recuerda a los viajeros nuestra misión principal de ser testigos de Alguien a quien no podemos presentar de palabra, sintiéndonos desnudos de todo, para vivir la vida de Dios en la selva. Nos quedaron todavía otros dos días, cuando regresábamos, llenos de entusiasmo por el éxito de la visita, para reflexionar serenamente sobre nuestra vocación de evangelizadores de los Huaorani, pidiendo al Señor su ayuda para mantenernos dignos de esta llamada suya”[44].

            A veces, este afán por ver evangelizado al grupo Huao le hace ver horizontes que ciertamente no existían pero que brotan de estos hondos anhelos de evangelización[45]. Esto se desborda cuando, basándose en las ilustraciones de la obra Vivió entre nosotros  que Alejandro utilizaba, al parecer con cierta frecuencia[46], alecciona sobre Jesús a los curiosos Huaorani[47]. Es significativo el apartado que él mismo titula “Buena noticia”:

“Otras de mis preocupaciones: ¿Cómo dar a entender con el mensaje de la palabra la Buena Noticia, cuando desconozco completamente su lengua? El crucifijo colgado en mi cuello ha sido uno de los medios:

-¿Qué es esto?-preguntaban.

-Este es Jesús. Su madre es María.- Y besaba el Cristo.

-¿Qué es esto?- repetían otros.

-Es Jesús. La madre, María.-les repetía en Huao.

Mientras, queriendo completar el mensaje que, espero, el Espíritu Santo les haga entender, añadía en otras lenguas, como quichua, euskera, castellano:

-Murió por nosotros en la cruz; resucitó y vive en nosotros.

Una vez quise decirlo en chino y me trabuqué en las palabras; quizá fue la vez que más me acerqué a decir algo que se pareciera al lenguaje de los Huaorani”[48]

            b) Un “Antiguo Testamento” huao

                        Anticipándose, quizá, a muchas corrientes de espiritualidad evangelizadora que tenderán a considerar las tradiciones antiguas no cristianas como un “Antiguo Testamento” autóctono con contenidos cuasi revelatorios, Alejandro valora sobre todo los cantos litánicos de los Huaorani como “textos sagrados” que contienen verdaderas experiencias espirituales[49].

            Pero esto lo ve Alejandro en la figura, para él entrañable, del viejo matrimonio huao de Nampahuoe y Omare:

“Nampahuoe y Omare están muy dentro de nuestros recuerdos. Me hago más bien la ilusión de que son los ‘últimos profetas’ de un pueblo libre del Antiguo Testamento esperando entonar el ‘nunc dimittis’ de la liberación de su pueblo por Cristo”[50].

            Esta visión veterotestamentaria al estilo huao se amplía también a detalles de la vida cotidiana, como aquel momento en que todo el grupo Huaorani que afila los machetes con esmeril en el patio de la casa termina “desnudo”, los hombres, incluido Alejandro, “vestidos” con el cordón huao que sujeta a los hombres el pene y las mujeres sin la pantaloneta que se ponen ante los extranjeros:

“Poco después Cai y Deta se habían desprendido también de sus pantalonetas. Esta es la única ocasión en que todo el grupo por igual vivimos en la presencia del Creador un capítulo hermoso de la Biblia (Gen. 2,25)”[51]

            c) Un Cristo Huao

                        En línea similar con el punto anterior, el afán por “huaoranizar” el hecho creyente lleva a Alejandro a imaginar del modo más natural en la celebración eucarística del 1 de noviembre, cuando el grupo misionero va camino de su quinto viaje al territorio huao que Cristo se revele al grupo como un Huao y Dios como “Huinuni”. Es sin duda una nueva revelación, tanto más difícil que la recibida por ellos, cuanto que supone transformar las propias estructuras creyentes en algo distinto y desconocido:

“El día 1 de Noviembre, siguiendo la costumbre de otros viajes, nos entonamos en nuestros ideales misioneros celebrando la Santa Misa. Después empaquetamos todos los ornamentos y libros sagrados para dejarlos aquí, en el campamento ‘Cohuore onco’ que nos ha dado cobijo en la noche. Entre los Huaorani sólo queremos descubrir a Cristo que vive en su cultura y que se nos revele como Huao y como Huinuni”[52].

            Es, sin duda, el afán por el Evangelio el que mueve estas audacias teológicas. No en vano el equipo se nutre en sus viajes continuamente de la Palabra rumiada y celebrada. En la primera entrada por Yasuní, con el miedo en el cuerpo, hacen la oración litúrgica del final del día. Y Alejandro comenta en su Crónica:

“San Marcos da el temple a nuestras almas con sus antífonas: ‘Soy ministro del Evangelio’. ‘Todo lo hago por el Evangelio’. ‘Dios me ha concedido la gracia de evangelizar a los gentiles”[53].

            c) Semillas del Verbo

                        La Crónica no cita sino ocasionalmente al Vaticano II, acontecimiento eclesial en el que participó Alejandro y que, sin duda, le marcó práctica e ideológicamente en su idea de hacer misión[54]. Pero hay un tema recurrente, un tema conciliar, que es el de las Semillas del Verbo que llegó a ser en él un verdadero soporte ideológico y espiritual a la hora de hacer misión[55]. El amplio número de citas y lo variado de los tonos indica la importancia atribuida a la expresión.

            Ya hemos dicho cómo Alejandro veía en los rítmicos cantos del pueblo Huaorani una expresión de tipo religioso[56]. En su primer contacto con los Huaorani hace ya esta anotación:

“Sentido religioso: Sin duda ninguna el cántico de la noche tenía un sentido religioso. Puede ser que una de las más hermosas ‘semillas del Verbo’ esté oculta en esta tradición. También observé que, durante el día, la abuela Omare cantaba constantemente otras tonadas parecidas mientras tejía una ashanga o cestita”[57].

            A la vuelta de su segundo viaje escribe en la Crónica una serie de reflexiones “para un diálogo entre los misioneros”[58] porque quiere que sepan sus sentimientos a la hora de evangelizar a los Huaorani. El pasaje que citamos, incisivo y directo, tiene un cierto sentido de paradoja al unir de alguna forma el cinturón huao y el crucifijo, en aquel ve el representante de la cultura Huaorani y en el otro el de nuestra cultura religiosa. Alejandro no duda en inclinarse por el primero, entendido como “semilla del Verbo”, como camino cultural real a la hora de pretender una saludable evangelización:

“Pendientes del mismo clavo estaban, a la cabecera de mi cama, el Crucifijo y el cinturón Huao, para ponérmelos en el último momento. Me olvidé. Fui interrogado acerca de ambos por los Huaorani. La familia Cai me entregó toda una madeja de hilo de lana de ceiba, manufacturado por las mujeres, para que nos hiciésemos ceñidores a lo Huao. Creo que, antes de cargarles de crucifijos, medallas y objetos externos religiosos, debemos recibir de ellos todas las ‘semillas del Verbo’ ocultas en su vida real y en su cultura, donde vive el Dios desconocido”[59].

            En esa misma página, y siempre para el diálogo con los misioneros/as, anota entre otras varias cuestiones, el trabajo por dominar una impaciencia misionera que quiere saltarse los caminos culturales cayendo en la tentación de imponer una fe que no ha entrado por el vehículo natural que es la cultura:

“Deberíamos seguir nuestro diálogo sobre otros muchos asuntos…cómo dominar nuestras impaciencias inmediatistas por una encarnación real en la vida del mundo Huao, hasta descubrir con ellos las semillas del Verbo, escondidas en su cultura y en su vida, y por las que Dios ha mostrado su infinito amor al pueblo Huaorani, dándole una oportunidad de salvación en Cristo”[60].

            Este afán por descubrir las semillas del Verbo en la cultura Huao nace de una actitud honda de despojo y de ofrenda; es la liberación del deseo de poseer al otro del que Alejandro y su equipo han estado imbuidos, como verdaderos franciscanos, ya que la fraternidad franciscana es imposible si no la acompaña la desposesión del otro:

“Sencillamente queremos visitarles como hermanos. Es un signo de amor, con un respeto profundo hacia su situación cultural y religiosa. Queremos convivir amistosamente con ellos, procurando merecer con ellos las semillas del Verbo, insertadas en su cultura y en sus costumbres. Nada podemos decirles ni pretendemos. Sólo queremos vivir un capítulo de la vida Huaorani, bajo la mirada de un ser Creador que nos ha hecho hermanos”[61].

            En la hermosa y casi normativa exhortación que hace Alejandro a su equipo misionero en el cuarto viaje por el Yasuní el día de Pentecostes y que titula taxativamente “Evangelización descubriendo las semillas del Verbo” dice:

“Nuestra tarea fundamental y prioritaria es descubrir las ‘semillas del Verbo’ en las costumbres, cultura y acción del pueblo Huaorani; vivir las verdades que florecen en este pueblo y le hacen digno de la vida eterna”[62].

            d) Mística y espiritualidad de la cultura del “hombre desnudo”

                        Este tema ha sido muy importante en la espiritualidad y en la actividad evangelizadora no solamente de Alejandro sino de todo el equipo misionero, aunque sea él quien, según la Crónica, lo haya llevado hasta las últimas consecuencias. Más allá de las profundas contradicciones que, por su formación moral, ha tenido que superar[63], él ha logrado hacer una síntesis de la cultura del “hombre desnudo” que vivió con mucha intensidad:

            Comienza por una valoración de tipo humanista que no hay que despreciar porque supone un análisis de la realidad saludable y sensato. Esta “bienaventuranza” de Alejandro quizá pueda parecer un poco moralista, pero no va en la dirección de un moralismo negativista de nuestra cultura sino que trata de valorar lo que hay detrás de la cultura del hombre desnudo. Sin esta lectura profunda, contemplativa, del comportamiento humano no se pueden dar pasos ulteriores. Entre las costumbres que descubre en su primer contacto por helicóptero con los Huaorani escribe:

“Una mujer que nos visitaba en el campamento pidió, cuando llegaba el helicóptero, una camisa para ponérsela antes de ir a saludar al capitán piloto; luego devolvió la camisa. ¡Bendito nudismo de los Huaorani, que no necesitan trapos para salvaguardar sus normas de moral natural! ¡Ay de la moralidad de otras civilizaciones cuando se apoyan tan sólo en la ligereza de un bikini o en la elegancia de una maxi”[64].

            En su segunda estancia en solitario entre los Huaorani en enero de 1977, Alejandro se baña solo y lava su pobre ropa interior haciendo, a la vez, reflexiones paulinas como aquellas de “Desnudémonos de las obras de las tinieblas y vistámonos de la armadura de la luz…”. En ese momento se presentan dos familias a bañarse y uno de ellos, Peigo, observa que Alejandro, como es lógico, no lleva el gumi (ceñidor de algodón con que ellos se sujetan el pene). Con toda naturalidad busca uno y se lo pone. Remedando la vieja liturgia, Alejandro lo denomina “cingulum puritatis”. Más tarde escribe esta reflexión antropo-teológica:

“Si los Huaorani roban ropas, no es por sentido del pudor ni para cubrir ‘sus vergüenzas’, según afirmaciones poco afortunadas de otras culturas; sino por necesidad contra el frío ocasional, o novedad, o algunos otros motivos. Así también el vestirse, para ellos, será muy ocasional. Por esto creo que Dios ha querido guardar en este pueblo la manera de vivir la moral natural, como en el Paraíso, antes del pecado”[65].

            La percepción de la importancia de este tema le hace dar un paso más: no habría que hacer de la desnudez una integración forzada sino una ofrenda, algo voluntario, requerido por la entrega a la causa huao y al Evangelio:

“Muy pronto nos dimos cuenta de que el misionero no tiene que esperar a que le desnuden, sino que hará mejor en adelantarse a hacerlo para dar muestras de aprecio y estima a la cultura del pueblo Huaorani: Primer signo de amor hacia el pueblo Huaorani y su realidad concreta que choca con nuestras costumbres”[66].

“Todos me preguntaban[67] también si los Huaorani ‘ya son más decentes con nosotros’. Realmente ahora molestan mucho menos en ese sentido; pero sostengo que los misioneros deben comportarse con toda naturalidad entre ellos; no extrañarse de su nudismo ni de ciertas curiosidades que puedan tener con nosotros, y hasta que debemos desnudarnos voluntariamente en algunas circunstancias, no en plan de exhibicionismo sino para no crear complejos de culpabilidad en una cultura de madurez sexual extraordinaria. Yo deseé evitarlo, y por eso quise bañarme cuando todos estaban cenando. Pero la noche estaba muy oscura y nos habían quitado todas las linternas. Por eso pedí la suya a mi amigo Araba. Este optó por acompañarme, con el plato de arroz en la mano y una linterna en la otra. Al poco tiempo estaban todos en la orilla del río viendo cómo me bañaba. Desde luego lo hice en cueros, y después de secarme me ceñí el cinturón Huao, Se rieron un rato y también yo. Ciertamente no lo había planeado así, pero ¿resultó como debía ser…?[68].

            Es también de este modo como, según él, se puede participar en esta “comunión de vida y costumbres” que ha de ser la evangelización[69] y que llevará a una renovación personal en la fe y la esperanza “que transciende a todo apostolado”[70]. Desde esta entrega es desde donde se podría integrar la cultura del hombre desnudo superando el peso moralista que ha impuesto nuestra cultura y nuestra religiosidad[71]. Ello ha pasado de ser una dificultad inicial a convertirse en un dinamismo de integración y de amor al pueblo Huaorani y a su propia cultura.

            e) El recóndito anhelo del martirio

                        Posiblemente que en la antigua espiritualidad misional que Alejandro recibió desde sus años de formación la idea del martirio estaba muy presente[72]. Seguro que un espíritu altamente misionero, aventurero y arriesgado, acogió en su fondo esa idea y que de algún modo permaneció siempre latente. En la Crónica aparece el tema solo una vez: las flores rojas que hay en el fondo del río Yasuní le recuerdan el martirio[73]. Quede esta pequeña nota para quien, más tarde, supo entrar en la dura senda de la entrega de la vida con la misma generosidad y sencillez con las que hizo todas las cosas a favor de los Huaorani.

3. Una nueva idea de misión

            Puesto que la vida misionera de Alejandro y sus compañeros/as es un trabajo de campo, no habrá que esperar una ideología técnica en cuanto a la tarea de evangelizar. Pero han sido personas que han sistematizado sus vivencias y la Crónica las expresa a ráfagas ideológicas que son muy clarificadoras. Por eso, podemos afirmar que en sus páginas se describe una nueva idea de misión acorde con la espiritualidad suscitada por el Vaticano II y en los modos más actuales de la antropología actual del mestizaje y del universalismo.

            a) Desde criterios evangélicos

                        Habría que dar por supuesto que toda misión cristiana está hecha desde criterios evangélicos, pero, en realidad, son a veces los criterios religiosos y culturales de quien misiona los que se imponen en modos deliberados o inconscientes. La evangelización que se describe en la Crónica está hecha, sin duda, desde criterios puramente evangélicos. Así lo expresa la citada liturgia en la primera entrada por el río Yasuní[74], la vivencia elemental de la bienaventuranza de la pobreza[75] o la práctica sistemática del precepto evangélico que pide dar la capa a quien te pide la túnica[76]. Y luego están, como diremos, la manera de misionar por la integración y la promoción que son los medios más evangélicos de hacer misión. No habrá sido fácil a Alejandro la renuncia explícita a una evangelización religiosa[77], pero primó el modo evangélico de un anuncio curativo y humanizador del reinado de Dios

            b) Una misión de mediación

                        Tanto en la Crónica como en el Apéndice III de la misma que luego glosaremos, se verifica hasta la saciedad la evidencia de que la misión de Alejandro tuvo un fuerte componente de mediación, como debe tenerlo toda obra de evangelización. Su mediación más dura fue, sin duda, con las petroleras, por su afán apenas oculto de explotación. En la “difícil diplomacia”, como él mismo llama a su trabajo, hay lugar, a veces, para la respetuosa pero dura denuncia:

“La Prefectura Apostólica de Aguarico proclamó oficialmente su postura, declarándose a favor de los derechos humanos de este pueblo, proponiendo la postergación de los trabajos petroleros en la zona. Pero dicha proclamación tuvo muy poca resonancia, y los organismos estatales han seguido urgiendo los proyectos petroleros, dándoles una marcada prioridad sobre las conveniencias y derechos del grupo Huao. Oficialmente se admite que hay que lograr los intereses petroleros sin lesionar los derechos humanos, pero no existe ningún instrumento legal para poderlo urgir. Cuanto más se adentra uno en el mundo del petróleo, tanto más se advierte que el mundo Huaorani no cuenta en sus planes. Sólo cuando hay miedo de que la prensa internacional pueda jalear el asunto o que les rebeldes Huaorani puedan obstaculizar su labor, se deciden a mezquinar unas pocas migajas: unos vuelos de helicóptero, unos obsequios fáciles y baratos, pero aprovechándose, al maximum, para la propaganda oficial”[78].

            Siempre estará inmerso en esta labor de mediación con las petroleras[79], no solamente por la “dependencia” en los vuelos[80], sino también porque la suerte del territorio Huaorani depende en parte del tema del petróleo. Por eso, como lo veremos en Apéndice III, desarrolla también una labor de mediación con las instancias gubernativas, casi siempre con los temas de la tierra y de la cultura. Pocas veces el fruto de sus mediaciones con los capitalistas o con el Gobierno se traduce en alguna ganancia (de tipos sanitario[81], etc.).

            Una fuerte labor de ecumenismo, más que de mediación, se establece en la relación con  el Instituto Lingüístico de Verano[82] que desde siempre ha tenido aspiraciones en el terreno Huao y que, aunque decían expresamente que ellos no tenían monopolio de evangelización sobre la zona Huaorani[83], de hecho, siempre vieron, más allá de las palabras, a la Misión Capuchina como una competidora. No creemos que, por parte de Alejandro, hubiera similar sentimiento. Y si alguna vez lo hubo[84], procuró controlarlo. De hecho, ya en febrero de 1977, antes de la primera entrada por el Yasuní, tuvieron una entrevista con el Instituto donde se reafirma la promesa de ayuda en cuestiones lingüísticas para el mejor acercamiento a los Huaorani[85]. Posteriormente, en noviembre de ese mismo año, vuelven a tener una reunión en la misma línea[86]. Finalmente, en la reunión a más alto nivel con el Instituto en su reunión anual de Quito, a pesar de llegar a la conclusión de que “el Instituto Lingüístico se siente suficientemente preparado con elementos y medios propios para poder realizar todo el plan de acción y no ofrecían mayores facilidades para una acción de conjunto con personas extrañas a su institución”[87], Alejandro saca estas conclusiones altamente ecuménicas:

“1. Un leal y sano ecumenismo aconseja no iniciar una acción paralela en competencia.

2. Debemos seguir manteniendo estas relaciones de amistad sincera con los misioneros del Instituto Lingüístico, interesándonos por la evangelización definitiva del pueblo Huaorani”[88].

                Un ámbito de mediación que queda en la sombra es con los mismos compañeros/as misioneros porque, aunque, como dijimos, él llega a la convicción de que la labor de evangelización es aceptada por todos ellos, seguramente que no todos compartirían sus arriesgadas estrategias y los riesgos altos que a veces se corrían[89].

            c) Una misión desde los derechos del pobre

                        Sorprende la alta sensibilidad que manifiesta la Crónica  en el tema de los derechos humanos. La expresión vuelve reiteradamente en labios de Alejandro ante muy diversas instancias. Ya en sus planes más iniciales, propone como pauta de acción:

“Por otra parte, la labor conjunta de las Compañías Petroleras, Instituciones del Gobierno y Misiones Religiosas puede obtener la integración de esta interesante minoría amazónica, sin menoscabo de sus derechos humanos”[90]

            Este grito a favor de los derechos humanos lo hará escuchar lo mismo ante los jefes de las petroleras[91] que en las Televisiones del país[92], porque él estaba convencido de “los derechos del pobre”: cuando los Huaorani se llevan algo de los campamentos o les quitan algo a los mismos misioneros[93], según Alejandro, están en su perfecto derecho ya que ellos se llevan unas naderías mientras que el estado arranca el petróleo que produce millones de las entrañas de la tierra de la que milenariamente son dueños los Huaorani.

            d) La misión desde la cultura del “hombre desnudo”

                        Ya hemos dicho cómo la cultura del “hombre desnudo” llegó a ser uno de los componentes más fuertes de la mística evangelizadora de los Huaorani y cómo esa cultura fue asumida por Alejandro con un vigor inusitado. En lógica consecuencia la misión se realizó con ese elemento místico, lo que le dio un cariz original, arriesgado, auténticamente evangélico, una forma “original e inédita” de hacer misión. Lo expresa con claridad y con pasión la exhortación que hace al equipo misionero en el día de Pentecostés con ocasión del cuarto viaje por el Yasuní:

“Dios quiere que entremos hasta espiritualmente desnudos. Nuestra tarea fundamental y prioritaria es descubrir las ‘semillas del Verbo’ en las costumbres, cultura y acción del pueblo Huaorani; vivir las verdades fundamentales que florecen en este pueblo y le hacen digno de la vida eterna. Tenemos que pedir al Espíritu que nos libere de nuestra propia suficiencia espiritual, que pretende alcanzar a Dios por el Breviario, la Liturgia o la Biblia; para nada de eso tendremos adecuada oportunidad. ¡Vamos, Hermanas, espiritualmente desnudos, para revestirnos de Cristo que vive ya en el pueblo Huaorani y que nos enseñará la nueva forma original e inédita de vivir el Evangelio![94].

            e) Una misión desde la integración y la promoción

                        Posiblemente, junto con el punto anterior, quizá se halle aquí la mayor novedad de la manera de hacer misión que ha desarrollado Alejandro y su equipo en su trabajo con los Huaorani. En la primera noche, la noche “pascual” del 23 de diciembre de 1976, en que Alejandro fue recibido en la familia huao de Inihua, su padre, y Pahua, su madre[95], comprendió que el único camino posible de evangelizar a aquel colectivo amazónico era por la vía de la total integración. Por eso, cuando elabora las impresiones de su primera estancia en solitario con los Huao concluye:

“Me parece que lo ideal sería integrarse en una familia Huao. Pero, ¿cómo? Dos requisitos serían fundamentales: ser útil en algo material y ser aceptado por ellos. Buganey me da oportunidad de comenzar a descubrir una pista: Cuando coge el hacha y se va a hacer leña, me ofrezco a ayudarle. Ella, sonriente, acepta mis servicios de leñador y aguatero. Además, noto que le explica al esposo, quien escucha complacido lo de la leña, el agua y el baño con sus hijos. Por esto, al día siguiente, tomo a mi cargo estos oficios en casa de mis padres y en otras familias cuando se me ofrece oportunidad”[96].

            Por eso le ronda la pregunta: “¿Y si Dios quisiera que me quedara entre ellos sin esas seguridades, al menos por grandes temporadas?”[97]. Esta clase de preguntas solamente puede brotar de quien ha hecho de la integración el cauce de evangelización. Este tipo de experiencias de integración son, además, fuente de enorme satisfacción para los misioneros, quizá su mayor satisfacción:

“En estas convivencias con los Huaorani tenemos momentos de trato individual, en los que cada misionero se desenvuelve con toda libertad y según los dones que ha recibido de Dios. Procuramos que estas convivencias sean muy numerosas, pues así nos multiplicamos como agentes de pastoral y son las ocasiones en que las personas visitadas proporcionan a cada misionero las experiencias más íntimamente sentidas”[98].

            Pero esta integración tiene que ir llevando a la promoción, una promoción que respete al Huao y que descubra en él las posibilidades ocultas que tiene. Así los clásicos “regalos” empiezan a ser animales domésticos, semillas, plantas, aves de corral, que pueden hacer la dieta más completa y la vida más autónoma en el pueblo Huao[99]. Alejandro considera un gran salto en la promoción de los Huaorani el aprendizazje de la construcción de tres quillas que desvelan la utilidad de esas barcas para el traslado por los ríos de la zona Huao. Por eso concluye ese episodio de forma elocuente:

“La jornada que han realizado los tres misioneros seglares quichuas (enseñando a fabricar las quillas a los Huaorani) es, sin duda, una verdadera evangelización por la promoción. Decir que es una ‘preevangelización’ me parecería decir demasiado poco”[100].

            f) Una misión de no violencia

                        Huelga decir que la obra de evangelización de Alejandro y sus compañeros/as ha sido hecha en los modos y en el anhelo de evitar cualquier clase de violencia contra los Huaorani y contra cualquier persona, incluidos los trabajadores de las petroleras[101]. El mayor disgusto que, sin duda, se han llevado a lo largo de este trabajo ha sido cuando en noviembre del 97 probablemente los indios Tagaeri mataron a tres pobres trabajadores ecuatorianos de la Compañía General Geofísica[102]. Como pudieron, los misioneros contribuyeron a restaurar la paz y la buena convivencia entre trabajadores e indígenas.

            Hay un asunto en este tema que ulteriormente tuvo mucha trascendencia. Se trata del tema de la entrega de algunas escopetas a los Huaorani, cosa que reclamaban con insistencia, sobre todo con la finalidad de cambiar las técnicas de caza en la selva, asunto del que prácticamente depende la supervivencia de los grupos indígenas. Según de desprende del documento 8 del Apéndice[103], los organismos de turismo y sus adláteres (Sam Padilla y los lingüistas) no querían darles escopetas seguramente por el temor de que las utilizaran violentamente. Estas instituciones querían tener la fiesta en paz, es decir, hacer sus programas de turismo tal como los planeaban, ganancias incluidas. Las escopetas eran una potencial amenaza. Pero Alejandro lo ve de distinta manera: él cree que hay que apoyar todo lo que la “civilización” pueda ayudar al bienestar de los Huaorani, y las escopetas era un asunto muy importante. En la Crónica dice que no han sido ellos los primeros en darles escopetas, pues tanto las petroleras como el mismo ejército habían entregado escopetas otros grupos Huaorani. No hay, pues, ningún atentado a la paz, y menos cuando “la otra parte” está armada hasta los dientes. Se trata, como decimos, de potenciar la caza, asunto decisivo para los Huaorani:

“La entrega de las escopetas coincidió con el anuncio de la proximidad de una manada de jabalíes. Ompura, Inihua, Araba y Agnaento desaparecieron veloces por la selva, seguidos de Mariano que quería participar en la cacería de los Huaorani. A pesar de que el anuncio había llegado con bastante retardo, los cazadores cayeron por sorpresa sobre los rezagados de la manada, cobrando tres huanganas. Así tuvimos carne fresca para celebrar nuestro encuentro”[104].

4. Una misión de “actitudes inéditas”

            La Crónica publica en su Apéndice III un pequeño pasaje de la homilía de la consagración de Obispo en diciembre de 1984 en el que sintetiza su pensamiento sobre las nacionalidades indígenas[105]. Por la importancia del contexto en el que fue proclamado, como por sus contenidos, merece la pena un comentario a este texto:

“Esta nuestra iglesia, nacida de la confluencia de varias nacionalidades indígenas de diversas lenguas y culturas, está llamada a descubrir las semillas del Verbo, no asumidas todavía por ella.

Los grupos humanos primitivos como son los Huaorani, Sionas, Secoyas, Cofanes, Quichuas, Shuaras, han tenido ‘maneras propias de vivir su relación con Dios y su mundo’.

‘Su encuentro con Cristo se hace en situaciones inéditas’, ofreciendo, por tanto, expresiones, maneras y actitudes inéditas de vivir el Evangelio como salvación universal.

Es preciso reconocer su derecho de conservación de la propia identidad como pueblos, su derecho a establecer un sistema escolar bilingüe y bicultural que respete y fomente sus propios idiomas y culturas; sus derechos a ser amparados por las leyes justas y adecuadas para la tenencia legalizada de tierras; para organizarse y poder ser artífices de su propia promoción económica, social y religiosa…

            El tema del descubrimiento de las semillas del Verbo, tema querido en la mística de Alejandro, queda puesto como una prioridad. Cuando dice que la iglesia de Aguarico no ha asumido “todavía” esas semillas, está, sin duda, lanzando un envite a trabajar en esa dirección sin desmayar hasta llegar a ver en el tema indígena no solamente un problema, como lo ven las petroleras, el ejército, el turismo u otras instituciones, sino también una posibilidad, una razón de mutuo enriquecimiento en la línea del Evangelio.

            Los grupos étnicos tienen derecho  a vivir en maneras propias su relación con Dios y su mundo[106]. Despojar a esos grupos de esas maneras propias sería no solamente empobrecerlos sino también cometer con ellos la más básica de las injusticias: sería como despojarles de su propia alma.

            Por eso mismo, si su encuentro con Dios se da en situaciones inéditas, en cuanto que les son del todo propias, también habrá que urdirse una evangelización con actitudes inéditas de vivir el Evangelio.  Posiblemente pasan por la cabeza de Alejandro los temas de la cultura del hombre desnudo, de la misión por vía de la integración, de la promoción a partir de la propia cultura Huao, no tanto imponiendo una cultura que viene de fuera. Solamente así la salvación podrá ser “universal”, integradora, ya que la universalidad, la catolicidad, no puede ser entendida como la universalización de una sola cultura, la occidental, y de una única manera de entender el hecho creyente, la derivada del mundo romano.

            Estos modos inéditos pasan por unos caminos harto conocidos y fuertemente históricos como son: la cultura bilingüe y el desarrollo del propio idioma, la legalización de la propiedad y de las tierras, la organización política con características propias. No son cosas fáciles de integrar en el conjunto de un Estado, sobre todo la tercera de las condiciones, pero es algo del todo necesario si se quiere trabajar en la más elemental línea de los derechos humanos. Solo con estas condiciones habrá verdadera promoción que es el horizonte en el que es preciso situar las relaciones con las minorías étnicas.

            Es muy posible que estas ideas quedarán enterradas en la pequeña “catedral” de Coca y, casi seguro, que no tuvieron ninguna transcendencia en el mismo Ecuador. Pero la fuerza de la profecía no está en el aplauso y en el reconocimiento sino en su verdad. Y esa verdad inundaba el pensamiento del primero Obispo de Aguarico.

5. La otra misión

             Ya hemos dicho varias veces que la edición de la Crónica añade varios Apéndices.  Uno de ellos, el III, contiene 21 textos que Alejandro ha ido dirigiendo a lo largo de los años a diversas instancias sociales y políticas del país en defensa de las minorías étnicas, sobre todo de los Huaorani. Hay quien, torpemente, ha dado como razón de esta lucha los orígenes euskaldunes de Alejandro, como si eso fuera la causa de un politicismo absurdo. Bien mirado, puede ser que el problema vasco hubiera influido en él para tratar de no caer en los errores en que históricamente han afligido a nuestro pueblo. Pero la razón de esta lucha, de esta “otra misión”, es en realidad muy otra: es la voz de la profecía, la voz de los que no tienen voz, el irrefrenable afán por que el pueblo Huaorani pueda sobrevivir con dignidad y desarrollarse en sus propios parámetros. Esta labor “política” de Alejandro es, según se mire, su mejor legado. Permítasenos hacer unos cuantos subrayados generales:

a)      La tierra:  Quizá sea el problema prioritario que viene en casi todos los documentos, desde el que escribe al presidente mismo del Ecuador[107] como a cualquier publicación religiosa.  La tierra lleva a un problema más concreto: la creación de una reserva indígena para que el pueblo Huaorani pueda vivir holgadamente conforme a sus derechos tradicionales de Posesión Pacífica Milenaria[108]. Él mismo da en no pocos documentos los límites de esa reserva[109] que, en la práctica, han sido ignorados, ya que la reserva concedida es menos de una décima parte del territorio Huaorani tradicional[110].

b)      La cultura: Y más concretamente el idioma. Con un tipo de enseñanza que no solamente sea respetuosa con el patrimonio cultural indígena sino que lo cultive y lo aumente[111].

c)      Autogestión:  Ya que los recursos son suyos y tienen derecho a explotarlos según su conciencia , ya que “el ideal es que el cambio social…lo hagan de la mejor manera que ellos prefieran  y no según preferencias impuestas desde el ‘exterior’ del grupo”[112]. Ello implica que las explotaciones petroleras en zona conflictiva no habría de hacerse “hasta que el mismo pueblo Huaorani pueda comprenderlas y autorizarlas”[113].

¿Ha tenido este pensamiento alguna repercusión? Seguramente que sí, ya que las minorías habrían quizá desaparecido sin el soporte ideológico, espiritual y moral de Alejandro y sus compañeros/as que han dejado literalmente su vida en esta empresa. De cualquier modo, Alejandro sabía de la enorme dificultad de esta misión cuando escribía:

“Hoy, los que trabajan por las minorías tienen que tener vocación de mártires, que saben que tienen que trabajar aunque su esfuerzo quedará en un fracaso seguro ante la organización del mundo tecnológico actual”[114].

Conclusión

            Muchas veces, como queda dicho, empleó Alejandro, al parecer, para su evangelización inicial las imágenes de la publicación Vivió entre nosotros[115]. Alude a la persona de Jesús que tomó nuestro camino humano. Pero, extrapolando la imagen, podemos aplicarla también a la figura del misionero capuchino: vivió entre los Huaorani; se integró en su cultura y en su familia creyendo que ese era el camino adecuado para la mejor promoción, la que brota de la misma cultura a la que se llega; adaptó la cultura de la desnudez como un valor no como una limitación; intuyó y desveló con mucho cariño y con honda fe las semillas del Verbo sembradas profundamente en las intrincadas selvas del Oriente Ecuatoriano; derramó cortesía, cariño y dignidad como la forma más natural de ser hermano entre sus hermanos Huaorani; hizo partícipe de esta espiritualidad a muchos compañeros y compañeras de misión demostrando que lo suyo era un trabajo desde la Iglesia no desde el individualismo; vivió como el mejor mediador que jamás hayan tenido los Huaorani aunque silenciaran su voz en esos errores de la historia que es necesario asumir para que el Reino venga. También los Huao podrían decir de Alejandro lo que nosotros decimos de Jesús: Vivió entre nosotros, verdadera e idéntica encarnación.

            Seguramente que el “Dios desconocido” al que aludía con frecuencia[116] es hoy, por la obra de Alejandro y Inés Arango, mártires, un poco más conocido y amado en la Iglesia de Aguarico.

Fidel Aizpurúa Donazar (Logroño)

 

 


 

[1] Mons. A. LABAKA UGARTE, Crónica Huaorani,  Ed. Cicame, Vicariato Apostólico de Aguarico, 1988.

[2] Capuchino nacido en Beizama (Guipúzcoa) en 1920 y muerto por los indios Tagaeri en la Amazonía ecuatoriana en 1987 siendo Obispo del Vicariato de Aguarico (Ecuador).

[3] Él mismo lo denomina “el equipo misionero” Crónica 114; “en la Prefectura la evangelización del grupo Huaorani se asume como obra de todos”: Crónica 172.

[4] Seis serán los largos viajes que hará el “equipo” de pastoral indígena por las aguas de Yasuní; más de una veintena los que hagan por el aire.

[5] Crónica  44.

[6] Véase, por ejemplo, su hermosa reflexión tomando como referencia a Pablo en el tema de la desnudez huaorani, un problema que trataremos en su momento: Crónica 62.

[7] Aunque luego comentaremos este aspecto, véase Crónica 24. 112-113. 134.

[8] Leyendo la Crónica queda uno impresionado por gestas como el viaje de exploración del río Yasuní por el capuchino José Miguel Goldaraz y el laico misionero Mariano Grefa en enero de 1997 (Crónica 60-61) o aquella noche de 3 de noviembre de 1979 cuando Alejandro, el capuchino Manuel Amunárriz y el misionero laico Wilfrido Licui tienen que dormir bajo un aguacero en una barca bajo un plástico sujeto por cuatro palos  y unas lanzas que les habían regalado los indios; así lo describe taxativamente Alejandro: “Tres hombres, desnudos de todo confort humano, duermen en el Señor” (Crónica 163); o, en tercer lugar, el intercambio de ropa entre pobres (Crónica 69).

[9] La Crónica huaorani fue publicada en el OPI a partir del nº 111, 5-11-76, p.21-23.

[10] Tal es el título de la obra de R.M. GRÁNDEZ, Arriesgar la vida por el Evangelio, Ed Franciscana, Madrid 1989; téngase en cuenta también: G. CASTRO CAYCEDO, La noche de las lanzas,  Ed. Planeta, Barcelona 199.

[11] Marcha a China el 28 de abril de 1947.

[12] Es expulsado el 4 de febrero de 1953.

[13] Así se titula una obrita muy difunidad entre los capuchinos de los años sesenta.

[14] En el año 2001, el Provincial de Capuchinos de Navarra efectuó una visita a Gansu y comprobó que todavía había dos sacerdotes de la vieja época de la Misión Capuchina.

[15] Crónica 172.

[16] Alejandro entra a la misión en enero de 1965.

[17] Resulta estremecedora la descripción, sencilla pero fuerte, del agotamiento físico que le aqueja cuando, por ejemplo, el 6 de enero de 1977, al no venir el helicóptero a buscarle, decide volver andando hasta el campamento guiado por los Huao. La travesía es un “verdadero calvario” con el huao Araba como “cireneo”: Crónica 58-59. Véanse también las descripciones en que se dice cómo en sus viajes por el Yasuní tenían que dormir muchas veces en el lodazal sobre un lecho de hojas para paliar un poco la humedad. Así amanecían ateridos de frío, compartiendo el calor del cuerpo que es el calor de los pobres: Crónica 69. 104. 109.

[18] En temas como el de la “desnudez”, del que luego hablaremos.

[19] Crónica 68. 127.

[20] Crónica 133.

[21] Crónica 43.

[22] Crónica  55.

[23] Es nítida y hasta un poco “amarga” la queja de contra los intereses de las petroleras expuestas con claridad meridiana y vigor profético en Crónica 134.

[24] Crónica 74.

[25] De ello hablaremos en el último apartado de este trabajo.

[26] Crónica 113.

[27] En esa dirección se ha expresado en todos los informes a las Compañía petroleras: Crónica 24 y último capítulo de este trabajo.

[28] Crónica 65.

[29] Crónica 127; “pedí a Deta que me cantara algo del Creador, vacilando en la pronunciación de la palabra Huao; ella asoció la palabra pronunciada por mí con el Crucifijo que llevaba en mis viajes anteriores y me preguntó qué había hecho de él”: 103. ¿Quizá Alejandro quiere decir la palabra Huinuni  en lugar de Huao?

[30] Crónica 86.108.

[31] Crónica 110. 130-131.

[32] Crónica 170.

[33] Encuentra siempre “suculenta” la comida de la selva: Crónica 171.

[34] Crónica 144.

[35] Crónica 151; está llena de cariño, de cuidado y de delicadeza la relación con la joven indígena Deta: Crónica 103. 125-16, etc.

[36] Crónica 166.

[37] Crónica 109-110.

[38] Crónica 110.

[39] Crónica 121.

[40] Crónica 79.

[41] 9 de agosto de 1976.

[42] Crónica 28.

[43] Crónica 60.

[44] Crónica 114-115.

[45] Como aquel momento en que Buganey, al descubrir entre las cosas de Alejandro un trozo de cirio pascual, le pide que le traiga uno más grande; se pregunta Alejandro: “¿Habría visto el Cirio Pascual? Con toda seguridad que no. Quizás hacía su petición inconscientemente, dirigida por el Espíritu, para que nos esforcemos en llevarles la fe que representa el Cirio Pascual”: Crónica 143.

[46] Vivió entre nosotros…noticia bibliográfica….

[47] Crónica 51; la misma perspectiva con el crucifijo: Crónica 128.

[48] Crónica 64-65.

[49] Crónica 42-43. 133; “al conseguir grabar esta recitación (de Inihua) desde la habitación contigua, tuve el convencimiento de haber logrado rescatar un Salmo del antiguo testamento del pueblo Huaorani, digno de ser tenido en cuenta como los salmos de David”: Crónica 172.

[50] Crónica 158; parecida reflexión en Crónica  168.

[51] Crónica 119.

[52] Crónica 159.

[53] Crónica 78.

[54] Recordar el citado texto de Crónica  28.

[55] Cf Ad Gentes 11.15; a veces hasta las semillas naturales del maíz o de los limoneros que planta entre los Huaorani le evocan las otras semillas, las del Verbo: Crónica 143.

[56] Le vimos personalmente, en sus visitas a España, estar horas y horas escuchando las salmodias huaoranis grabadas en su cassette tratando de captar sus contenidos, con la paciencia de quien no solo quiere saber sino que también desea unirse a esa plegaria.

[57] Crónica 48.

[58] Es interesante percibir que, más allá de sus condiciones de liderazgo, Alejandro ha entendido siempre la obra evangelizadora en los modos de un equipo misionero. De ahí su deseo de contraste ideológico con sus hermanos/as misioneros/as.

[59] Crónica 109.

[60] Crónica 110.

[61] Crónica 114.

[62] Crónica 150.

[63] Ver Crónica 29. 63 y sobre todo Crónica 151-152: no se despoja de la pantaloneta al cruzar un aguazal “sin atrevernos a imitar su ejemplo (el de Deta que se desviste para cruzar) por nuestros prejuicios de educación”; después de los juegos sexuales propios de la cultura huao en que Alejandro ha participado por motivos fuertes de integración y en los que tiene una erección aunque, dice, “no entré en ellos de manera que se produjera polución” tiene esta confesión final, exagerada por un tipo de culpabilidad moral que parece no lograr superar: “Cuando llegaron de nuevo a acostarse, yo acababa de pedir perdón a Dios por si estaba convertido en ‘un viejo verde homosexual’”.

[64] Crónica 45.

[65] Crónica 62-63.

[66] Crónica 150.

[67] Se refiere a los misioneros/as que le esperaban a la vuelta de su segundo viaje por el Yasuní.

[68] Crónica 109.

[69] Crónica 117.

[70] Crónica 120.

[71] “Me veía ‘hecho pecado’ ante el juicio del equipo misionero; con todo, en mi interior, me sentía sereno, sin desmerecer la bienaventuranza de los limpios de corazón que verán a Dios. Si yo no desmerecía esa bienaventuranza ¿por qué había de juzgar de pecado de erotismo a los jóvenes de mi tertulia?: Crónica 152.

[72] En el conocido himno “mañana en un frágil barco” que han cantado generaciones de seminaristas capuchinos se decía: “Mi vida no es mía,/ que a Dios se la dí;/ y donde Dios me mande/ allí quiero morir”.

[73] Crónica 79.

[74] Crónica 78.

[75] “Y llegué a pensar que es hermoso compartir incluso el calor del cuerpo con el pobre”: Crónica 69.

[76] Crónica 69. 78. Cuando dos indígenas se reparten su pantaloneta y su calzoncillo mojado, Alejandro no puede menos de escribir con humor: “Hasta ahora nunca había pensado que el ‘vestir al desnudo’ del Evangelio pudiera tener ese alcance tan literal”: Crónica 42.

[77] Crónica 114.159.

[78] Crónica 134.

[79] Ya desde el principio de los trabajos en torno a los Huaorani: Crónica 21.

[80] A veces un tanto “humillante”: Crónica 135-136.

[81] Crónica 140.

[82] Organización misionera evangélica de procedencia y con  apoyo americano.

[83] Crónica 97.

[84] En el Apéndice III, en carta al Sr. Broennimann, expresa su preocupación en estos términos: “Hicimos un plan conjunto con los lingüistas, pero estos se han cerrado en un gran mutismo y andan haciendo no sé qué planes con organismos del Estado como INCRAE, etc.,  para los que han hecho algunos trabajos y de los que no nos han dado información”: Crónica  198.

[85] Crónica 74-75.

[86] Crónica 93.

[87] Crónica 97.

[88] Crónica 98.

[89] Tales, por ejemplo, como el de llevar mujeres, religiosas, a los poblados Huaorani: Crónica 110. 114.

[90] Crónica 24.

[91] Crónica 112.134.144.

[92] Crónica  113.

[93] Crónica 27.39.125.

[94] Crónica 150.

[95] El ritual de recepción se realizó durante la noche y tuvo los siguientes pasos: a) canto-oración de Pahua avivando el fuego del bohío a la una y a las tres de la madrugada; b) a las 5,30 se reanuda el canto y Alejandro intenta imitar ese canto, cantando otros cantos que sabe; c) se arrodilla ante Inihua y Pahua diciendo las palabras padre, madre, hermanos, familia; d) Inihua pone las manos sobre la cabeza de Alejandro frotando fuertemente sus cabellos; e) hace otro tanto ante Pahua que le da largos consejos y frota también su cabeza; f) se desnuda completamente Alejandro y besa las manos de su padre y de su made Huaorani y de sus hermanos: Crónica 42-44.

[96] Crónica 61.

[97] Crónica 71.

[98] Crónica 149.

[99] Crónica 67.

[100] Crónica 170.

[101] Alejandro siempre valora en la Crónica la generosidad y la paciencia con los indígenas de los sencillos trabajadores de las petroleras: Crónica 24; a veces les da el título de “misioneros escogidos por Dios” para los Aucas: Crónica 23. Ver también 36.

[102] Crónica 86 y ss.

[103] La carta al Sr. Peter W. Broennimann, Crónica 197.

[104] Crónica 168.

[105] Crónica 201.

[106] Al citar entre comillas, pensamos que Alejandro está citando algún documento oficial de la Iglesia.

[107] Crónica 189.

[108] Crónica 203.

[109] Crónica 193 dirigiéndose al Gobierno Nacional.

[110] Ver mapas en Crónica 187.

[111] Crónica 205.

[112] Crónica 197.

[113] Crónica 195.

[114] Crónica 198.

[115] Crónica 57.60-61.

[116] Crónica 65.109.

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