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XVI

Cuarto viaje por el Yasuní.

1 al 8 de junio de 1979.

Generalidades.

La cuarta entrada a los Huaorani por el río Yasuní fue un viaje combinado. El P. Manuel, como Director del Hospital, no podía pasar muchos días ausente y, por otra parte, teníamos necesidad de hacer una visita detenida a todo el grupo Huaorani. Por eso, el P. Manuel ideó este viaje combinado: nosotros nos adelantaríamos para convocar a las familias Huaorani y él saldría tres días más tarde y recorrería en solitario y en su deslizador todo el trayecto hasta la desembocadura del Cahuimeno, en un solo día. Así lo hizo, estableciendo un récord difícil de batir. Nosotros, a nuestra llegada, avisamos de la venida del Padre Doctor, y la mayor parte del grupo vino para hacerse examinar.

Cuando en la tarde del lunes, día 4, se escuchó el motor que le traía al P. Manuel, las mujeres corrieron a sus casas a vestirse sus mejores ropas y adornos. Nadie les había insinuado tal cosa.

Otro de los grandes logros y éxitos de este viaje fue la presencia de nuevo de dos Hermanas Lauritas, Inés Ochoa, "Tigantai" e Inés Zambrano, "Onae", quienes viajaron haciendo la gran travesía del río Yasuní sin amilanarse de las noches en plena selva ni de la cercanía del tigre ni de otros encantos de la jungla amazónica.

También tenemos que anotar la presencia, además del infaltable Mariano Grefa, de un nuevo voluntario: Wilfrido Licui, procedente, como Mariano y Otorino, de la zona de Pompeya.

Dentro de estas generalidades, tenemos que agradecer a Dios porque nos concedió un viaje sin mayores dificultades, con un tiempo y unos ríos "de maravilla". Finalmente fuimos acogidos todos con grandes muestras de simpatía por el grupo Huaorani, teniendo cada uno de los misioneros sus momentos de gozo íntimo y espiritual de vida misionera profundamente experimentada y sentida.

De la misma forma tengo que anotar en este punto las grandes fiestas con las que un restablecido "Peicu" me agradeció su curación de la mordedura de serpiente venenosa.    

Convivencias de trato individual.

Dejando de relatar muchos de los hechos y reflexiones de este viaje, quiero ceñirme a algunas experiencias personales.

En estas convivencias con los Huaorani tenemos momentos de trato individual, en los que cada misionero se desenvuelve con toda liberad y según los dones que ha recibido de Dios. Procuramos que estas convivencias sean muy numerosas, pues así nos multiplicamos como agentes de pastoral y son las ocasiones en que las personas visitadas proporcionan a cada misionero las experiencias más íntimamente sentidas.

Así, mucho tendrían que contarnos las Hermanas al sentirse tan aceptadas por el grupo Huaorani, como si estuvieran "en sus propias casas"; al ver que Deta quería seguirles hasta Nuevo Rocafuerte, aunque no lo consideró oportuno su padrastro Cai; que las mujeres se interesaban por aprender a tejer de ellas y, a su vez, que les querían enseñar las formas Huaorani de tejer hamacas y shigras. Sería difícil describir la alegría de las Hermanas cuando notaban el empeño de la Srta. Deta por aprender y cantar una tonada con letra Huaorani, compuesta por la Hermana Tigantai.

En fin, cada misionero se anima recordando y contando esos momentos tan llenos en su vida, según los dones recibidos del Espíritu y que conviene haga conocer a los demás para utilidad del equipo y de la Comunidad que los ha enviado.

Convivencias bajo influjo del grupo.

Veo que hay otros momentos en que uno actúa bajo cierta influencia de grupo, quizás con menos espontaneidad. Al diversificarse el grupo o equipo misionero, se hace necesaria más apertura entre todos los integrantes, conocimiento y comunicación de criterios: éstos pueden ser muy diversos en la acción, pero deben unirse en la fe de Cristo y en la evangelización. Como contenido de esta crónica quiero reflejar mis principales preocupaciones:

Evangelización descubriendo  las semillas del Verbo.

Se me hace difícil describir la honda impresión del grupo de cinco misioneros en el día de Pentecostés, en la misma entrada al pueblo Huaorani:

Sabemos que el hombre Huao no conoce a Cristo y nos sentimos impulsados por el Espíritu para llevarle la Buena Noticia. La participaci6n en la liturgia de la Misa de este Domingo de Pentecostés es espontánea, gozosa y profunda; las gracias y dones del Espíritu inundan "en creciente" las almas, como los ríos Cahuimeno y Dicaron desbordan sus cauces.

Después del desayuno, al organizar nuestra partida para la última etapa, surge la pregunta:

– Padre, ¿llevamos el cáliz, las hostias y el vino?

– Todo eso lo tenemos que esconder aquí, pues nos lo quitarían todo.

– ¿Y entonces?

– Esto tiene carácter de signo para nosotros.

– ¿Cómo es eso?

– Dios quiere que entremos hasta espiritualmente desnudos. Nuestra tarea fundamental y prioritaria es descubrir las "semillas del Verbo " en las costumbres, cultura y acción del pueblo Huaorani; vivir las verdades fundamentales que florecen en este pueblo y le hacen digno de la vida eterna. Tenemos que pedir al Espíritu que nos libere de nuestra propia suficiencia espiritual, que pretende alcanzar a Dios por el Breviario, la Liturgia o la Biblia; para nada de eso tendremos adecuada oportunidad. ¡Vamos, Hermanas, espiritualmente desnudos para revestimos de Cristo que vive ya en el pueblo Huaorani y que nos enseñará la nueva forma original e inédita de vivir el Evangelio!

La cultura del hombre desnudo y el misionero.

Cada vez que se integran nuevos misioneros al equipo, se suscitan las mismas preocupaciones de nuestros primeros contactos con la cultura amazónica del "hombre desnudo".

La preocupación, hecha casi obsesión, se cifraba en que los Huaorani desnudaban a todos. Admitiendo todos que la desnudez era legal dentro de su cultura, constituía, en cambio, una de las dificultades mayores para la entrada del personal misionero, especialmente religiosas.

Muy pronto nos dimos cuenta de que el misionero no tiene que esperar que le desnuden, sino que hará mejor en adelantarse a hacerlo para dar muestras de aprecio y estima a la cultura del pueblo Huaorani: Primer signo de amor hacia el pueblo Huaorani y su realidad concreta que choca con nuestras costumbres.

Es verdad que los Huaorani piden vestidos, pero antes que vestirles con nuestras vestimentas, habría que concientizarles del valor y hermosura de sus costumbres y moral familiar que no ha necesitado, hasta el presente, de tapujos de ningún género. Conviene demostrarles que si para el trato con otros pueblos se tendrán que vestir, no es porque sus costumbres sean malas ni más peligrosas. Hay que evitar, además, una dualidad anormal y ficticia: vestidos por el temor al misionero que los visita y, por otra parte, desnudos en su vida normal ordinaria.

Estas reflexiones me las hice después de observar ciertas reacciones del grupo Huaorani y por nuestras convivencias con ellos.

Sucedió en el primer día de nuestra convivencia con ellos. Ya he dicho que los ríos estaban muy crecidos y, por tanto, estaban inundadas todas las zonas bajas. Las Hermanas y servidor caminábamos por la selva, hacia la casa de Cai, dirigidos por la Srta. Deta y la Sra. Neñene con su chiquito de pecho. En un momento dado, nos encontramos con que el camino se ha perdido en un profundo aguazal de unos quinientos metros de extensión. Sin dudar un momento Deta se desviste y avanza desnuda con el agua hasta más arriba de la cintura; llegada a la orilla opuesta nos anima sonriente, mientras nosotros caminamos cautelosamente, sin atrevemos a imitar su ejemplo por nuestros prejuicios de educación.

Después de un par de horas regresamos por el mismo camino. Deta, esta vez, no se quita su pantaloneta y atraviesa el aguazal, seguida de las Hermanas. Poco después llegamos nosotros: Neñene, con su criatura en brazos, me indica que le ayude a soltarse el lazo de su pantaloneta que, luego, me entrega para que se la pase yo. Ante este signo de confianza y naturalidad, me desvisto también y pasamos así el aguazal.

Comportamientos morales.

El empeño de encarnarse en una cultura trae muchas preocupaciones:

¿Dónde está el bien y el mal? ¿Cuáles son los criterios de moralidad de costumbres? ¿Cómo encarnarse en una realidad no sólo del grupo sino también de los individuos para que la evangelización sea personalizada y ser uno mismo fiel y dócil a las enseñanzas y originalidad que le puede proporcionar esa realidad? Estas son las preguntas que me hice después de los hechos que voy a describir, procurando ser sincero para ser comprendido o corregido.

Mi madre Pahua se empeñó en que todos durmiéramos en su casa, a pesar de no haber casi sitio material para ello.

En medio del bohío, entre las hamacas de las Hermanas y la del P. Manuel, me indicó mi lugar para dormir, juntamente con los jóvenes Yacata, Agnaento y Araba. Extendimos el plástico negro y una manta vieja, cubriéndonos con otra por encima.

Los jóvenes estuvieron más juguetones que nunca, abundando en palabras y signos que figuraban la unión de sexos, permitiéndose tocamientos en los genitales. Esta vez me molestaron especialmente, hasta constatar con algazara que las reacciones viriles son idénticas entre nosotros y los Huaorani. Con todo, no insistieron ni conmigo ni entre ellos de manera que se produjera polución. Procuré no hacer ningún drama y me esforcé en actuar con naturalidad, reírme con ellos y disuadirles del juego. Me sentí inmerso en la realidad concreta de los jóvenes y pensé aprovecharla para elevar su moralidad. Con signos y palabras aprendidas de ellos les conversé que deben casarse con una sola mujer, mientras les afirmaba que yo era célibe por "Huinuni". En esto, llegaron Mariano y Wilfrido con dos lagartos que habían pescado y todos corrieron, cambiando así totalmente el escenario, mientras yo me quedaba sumido en mis pensamientos:

Me veía "hecho pecado" ante el juicio del equipo misionero; con todo, en mi interior me sentía sereno, sin desmerecer la bienaventuranza de los limpios de corazón que verán a Dios. Si yo no desmerecía esa bienaventuranza, ¿por qué había de juzgar de pecado de erotismo a los jóvenes de mi tertulia? Más bien, en esta cultura familiar de grupos humanos desnudos se tienen como normales y necesarias estas manifestaciones íntimas de tocamientos físicos que favorecen las relaciones humanas y sociales del grupo. Dentro de una madurez sexual extraordinaria, aprovechan todas las capacidades y resortes del cuerpo para la alegría de sus convivencias familiares; ¿no empleamos en otras culturas todas las posibilidades de nuestros sentidos corporales para producir situaciones cómicas y ridículas que provocan la hilaridad y la alegría de unas convivencias? En esta circunstancia concreta nada hubiera habido tan ridículo ni que produjera tanta hilaridad como la erección conseguida en el Capitán "Memo".

Cuando llegaron de nuevo a acostarse, yo acababa de pedir perdón a Dios por si estaba convertido en "un viejo verde homosexual".

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